Año 2138.
Reconstrucción del planeta llamado Tierra. Departamento de Desmitificación de
actividades humanas. Informe especial número 431.430/7. Planeamiento e ilusión
humana VII. Los sueños.
Nada
es onírico, o todo lo es, quizás. No lo sabemos. A cada momento, uno sueña, a
cada momento uno despierta. Siempre estamos despiertos. El sueño es una
simulación de estar despiertos que transcurre en el momento, en el único
momento que dormimos. Contadas son las ocasiones en que alguien sueña estar
dormido. Y aun más excepcionales y aisladas son las situaciones en que quien
sueña estar dormido, sueña que en ese descanso, sueña. Todos sueñan, minuto
tras minuto, segundo tras segundo, por lo que nos permitimos definir entonces
al tiempo como una sucesión de sueños. Mas la medida, mas allá de su valor en
originalidad y espiritualidad, mas allá de un valor bohemio, no sería nada
exacta. Imaginemos a modo de ejemplo, el
siguiente diálogo:
-
¿Tardó mucho el
colectivo en venir?
-
Y... unos treinta
y ocho sueños.
-
Ah, vino rápido
entonces.
-
Eso para vos, que
sos un soñador... encima no pude dormir.
-
¿Dormiste poco?
-
Casi nada, un
sueño.
¿Cuál
es el problema? Sencillo, si todos, siempre considerando los sueños como unidad
de tiempo, durmiésemos un sueño, seríamos hiperactivos y estaríamos
infinitamente cansados, pero ¿Quién acaso puede jactarse de haber dormido mas
de dos, tres, a lo sumo cuatro sueños? Esto afirma un hecho: Cuando se duerme,
se pierde la noción del tiempo. Cuando dormimos perdemos la noción de nuestros
sueños, de lo que se desprende que el tiempo esta emparentado con los sueños.
Una solución posible seria la tercerización de la medición del tiempo dormido,
es decir, y valga la redundancia, el tiempo de sueño.
-
Buah... Buen
dia... ¿Cuánto dormí?
-
Y, bastante,
cuatrocientos trece sueños.
-
Mirá vos, a mi me
pareció uno solo.
Y
esto lleva a la regla de tres simple. Si llamamos A al dormidor y B al
temporizador, deducimos que un sueño de A es igual a cuatrocientos trece sueños
de B. Supongamos que A se encuentra ahora como temporizador de C:
-
Me levanté con frío che... ¿Dormí mucho?
-
Y... unos
setecientos ochenta y cinco sueños.
-
¡No!... ¡Yo me
tenía que encontrar con B, dos mil sueños suyos después que nos despedimos,
hace noventa y seis sueños míos!
-
¿Noventa y seis
sueños dormido o despierto?
-
No lo se...
-
Yo que vos
igualmente voy, por las dudas.
-
Pero se me hizo
un poco tarde me parece.
-
Y... si yo fuera
B, diría que unos doscientos cuarenta y seis mil ochocientos cuarenta y cinco
sueños.
De
mas esta decir, y queda demostrado, el peligro y la inutilidad que tendría la
tercerización del tiempo de sueños. En nuestro pequeño e inocente ejemplo, B
hubiese muerto esperando a C, o en su defecto hubiese envejecido tanto que
probablemente la senilidad lo habría llevado a olvidar el motivo que lo llevo a
encontrarse con C en aquel lugar.
Conclusiones
del reporte:
Los
sueños, sueños son. Y la vida… vida es. Se deduce así que es imposible una vida
sin sueños, como también es imposible medirlos. Se deja en claro que no hay un
tiempo en especial para soñar, siempre es el momento indicado. Tampoco hay
edad. Finalmente se concluye que
solamente la dependencia de terceros puede complicar la labor de soñar
libremente.
Regístrese.
Comuníquese. Notifíquese. ARCHIVESE.-