martes, 19 de septiembre de 2017

El vendedor I


Era una tarde de sábado. Todas las tareas de orden y limpieza postergadas a lo largo de la semana habían sido realizadas casi con el mismo desdén que desprolijidad. No era algo que me dejara satisfecho pero era una tregua para con esa voz constante que repercutía en mi cabeza diciéndome que no se podía vivir así, que no era sano, que al menos tenía que ordenar un poco las cosas y dejarme de joder. Sonó el timbre. Ese sonido ya no me emocionaba desde el día que supe que ella ya no iba a volver. Cada sábado me había acostumbrado a ver a ese par de señoras que cada tarde reventaban el timbre para solicitarme, portero eléctrico mediante, ropa para regalar. Quizás por mi estado melancólico, celebraba ese ritual de atender y contestar que no como aferrándome a un sitio de pertenencia “El del 2415, el que siempre dice que no”. Ese era yo. En eso al menos me había convertido. Muchas veces me preguntaba a mi mismo sobre la elección del horario, si lo harían todo el día, si ese sería el momento que tenían disponible, si repetían siempre la misma ruta, si en algún momento habían pensado cual era el mejor rango horario para realizarla… todas estas preguntas chocaban contra una respuesta establecida de antemano: Ese horario era el peor posible en cuanto a la predisposición ajena del porteño que duerme la siesta un día sábado, para ayudar a cualquier persona, cualquiera que fuere su demanda. En ese entonces ya había perdido contacto con casi todos mis amigos y mis más osadas expediciones se limitaban a unas compras en el mercado de la esquina. No sonaba ya la música en casa con el estruendo y la alegría que lo hacía tiempo atrás y solamente la pared del living cubierta en su totalidad con libros daba un poco de vida a la casa. Para mi sorpresa, una vez levantado el portero eléctrico, no fue la voz de las mujeres la respuesta, sino un hombre que con voz firme, se presentó como vendedor viajante. Colgué el portero y miré por la mirilla de la puerta. Un señor de traje marrón y corbata al tono aguardaba del otro lado de la reja del frente, con gesto adusto. Tendría 50 años.

Este cuento forma parte del libro "Es verdad, era mentira" publicado en Diciembre de 2016 por Ed. Dunken

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sábado, 9 de septiembre de 2017

Aleluya



Cayó ya la noche, hace rato. Camino y camino entre la gente. Cantan. Los otros, yo no. Yo camino. Miro. A un lado, al otro, el paisaje es casi igual. Hay conocidos. Amigos, vecinos, familiares. Hay algún que otro problema. Pero por ahora, nada grave. Yo sigo caminando. Pronto, todos se detienen. Noto por primera vez el bullicio. Noto cuatro, quizás cinco personas. Hay una pelea unos metros delante. Veo algo de fuego y gente luchando. Algunos palos de madera. Veo gente de azul. Aconsejo a alguien, pero no fui muy tomado en cuenta. Alguien me pregunta si traje abrigo. No tengo casi tiempo de responder. El camión de la muerte aparece súbitamente por la avenida. Pánico. Huida despavorida. Algunos golpean puertas, persianas. Otros gritan. En la esquina ya hay gente en el piso. La gente de azul está por todos lados. Doblo la esquina y oigo unas explosiones. Disparos. Esquivo un grupo de gente y no miro atrás. Ya no camino. Corro, corro… corro.

Este cuento forma parte del libro "Es verdad, era mentira" publicado en Diciembre de 2016 por Ed. Dunken

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