Hace
poco más de 50 años, Oesterheld en las páginas de El Eternauta hablaba de los
"hombres robot". Juan Salvo, el protagonista de dicha historia, se
los describía a una mujer de la siguiente manera:
"Los
Ellos, los jefes de la invasión a los que nadie, que yo sepa, ha podido ver
todavía, tienen bajo sus órdenes a unos seres inteligentísimos, con manos de
dedos múltiples... Son los manos. Estos, a su vez, manejan a los hombres
robots: son hombres capturados a los que les insertan en la base del cráneo, en
la nuca, un aparato especial provisto de muchas lengüetas que se clavan en el
sistema nervioso... Por medio de ese aparato convierten al cautivo en un
verdadero autómata, capaz de recibir órdenes transmitidas desde muy lejos y de obedecerlas
sin chistar, aun a costa de la propia vida..."
Cuando
a la pasada, a la vuelta del trabajo sentado en mi sillón, leo títulos en los
principales medios, de a poco comienzo con el ejercicio mental de buscar el
mensaje implícito. Simples textos de dos renglones empiezan a convertirse en
mensajes codificados, digitados por un mano disfrazado de jefe de redacción, a
las órdenes de un Ello, que nadie ve. El mensaje viaja, con sus dos sentidos, y
llega a los aparatos de los autómatas, los nuevos hombres robot. Y ellos
cumplen el mandado "sin chistar". Decodifican el mensaje y lo
transmiten, lo divulgan. "Una
mentira repetida mil veces se convierte en una realidad" "Más vale
una mentira que no pueda ser desmentida que una verdad inverosímil"
"Miente, miente, miente que algo quedará, cuanto más grande sea una
mentira más gente la creerá". Tres citas de Joseph Goebbels,
ministro encargado de la propaganda del gobierno de Adolf Hitler en la Alemania
Nazi. Si a los descendientes de "Gobbie" (como seguramente lo llamaba
Adolfito en la intimidad) se les ocurriera reclamar las regalías por los
derechos de propiedad intelectual hoy en día, con los ejércitos mediáticos
(Aquellos a favor y aquellos en contra) aplicando a troche y moche sus
enseñanzas, se harían millonarios. Por suerte (para las corporaciones
mediáticas) aparentemente a los descendientes nazis con el oro judío robado les
basta.
Pero
no me quiero desviar del tema principal, el quid de la cuestión: Para un lado o
para el otro, los nuevos hombres robot salen lanzados con su misión: Café,
cerveza o cigarrillo de por medio, comienzan la divulgación y defensa del
mensaje. Generalmente lo hacen en grupos de a 3 o 4 mínimo. Buscan aunar
fuerzas y atacan al desprevenido, siempre procurando la supremacía numérica.
Agreden con el verbo las ideas diferentes, con tendencia a la destrucción, con
el único fin de hacer prevalecer intereses ajenos. Es lógico, una de las
primeras y fundamentales premisas del control de los ellos (a través de los
manos) sobre los hombres robots es precisamente el desconocimiento del hombre
robot de su condición. En todo momento el hombre robot actúa bajo una supuesta
libertad y sus acciones autómatas operan en su interior bajo la máscara del
libre albedrío.
Debo
mencionar antes del final, nobleza obliga, la inocencia de los hombres robots
de la historia del eternauta: Esos terrícolas eran rehenes capturados, a los
que contra su voluntad se les instalaba el aparato en la nuca que los convertía
en los hombres robot. Un ejército, como sin ninguna "casualidad" sino
causalidad el autor describía, "...de
hombres de mirada perdida y gestos tristes". Estos hombres
eran convertidos contra su voluntad. En su interior yacía indefensa la voluntad
de defender a sus pares, de luchar contra el invasor, de buscar la libertad. La
mayoría de ellos habían sido capturados en combate e incluso, el hombre robot
del eternauta volviá a su condición humana auténtica al retirarse el
dispositivo de la nuca.
Pero
los Ellos han evolucionado en estos cincuenta años. Hoy el ejército de hombres
robot cree en una falsa idea de libertad y no son necesarios los dolorosos
implantes de tecnología en la nuca. Como todo, el control se volvió wireless.
Wi-fi. Los dispositivos evolucionarion, el alcance también. Y pareciera ser que
muchos humanos eligen aliarse con el invasor, en apariencia más poderoso, por
simple comodidad. Eligen ser hombres robot. Prefieren ese tibio conformismo de
la pertenencia, el bienestar egoísta y personal por sobre el bien común. Viven
sus vidas puertas adentro, rodeados principalmente de otros hombres robot,
protegidos en sus bienes y pertenencias, siendo fieles a las órdenes del Ello,
que de tanto en tanto los premia, por su obediencia incuestionable.
Solamente
me queda pensar si quien les escribe éstas palabras no será solamente un hombre
robot más, si todas estas palabras no son más que los deseos de otra entidad y
que quizás no exista ya un verdadero corazón latiendo tras nuestra falsa
cubierta de piel, la que en realidad es solamente una coraza de piedra.