Se
despertó sentado. Tardó unos segundos en reconocer el lugar.
Fugaces visiones atravesaron su mente con la prestancia de un rayo
que cae al mar. La cucheta, el lavabo sucio y los barrotes no
tardaron en responderle. Casi que se topó con la segunda incógnita.
Porqué. Imágenes de toda índole lo abrumaron. Supo distinguir
entre las reales y las que eran solo fruto de su vasta imaginación.
Suena
un timbre. Ruidos metálicos y esa luz que resulta extraña,
novedosa, agresiva. Pasillo largo, un aire viciado y ruido al final.
Hoy debería venir mamá a la visita, ya estaría llegando.
Seguramente tendría esa bufanda que no se saca nunca y un paquete de
bizcochos en la mano. Pero ya no guarda la esperanza de volver a
verla. Hace años que no viene por el correccional. Nadie viene. Ni
siquiera los colores, solo quedaron el gris y el negro.
El
odio se inmiscuye súbitamente en su pecho. Cierra el puño
fuertemente y una gran decepción abate su semblante. Fuertemente
mastica su furia y se siente un poco avergonzado. Se siente iluso.
Engañado. Esa imagen de un domingo en familia, donde el abuelo baila
y sonríe desde el sillón solamente ha sido un sueño muy cruel. Con
suavidad apoya nuevamente su cabeza en la almohada. Esa frescura, esa
inocencia, tardará mucho tiempo en volver. Tanto que, por ahora, no
habrá más lugar para soñar. Sólo para esperar que el tiempo pase.
Y cuando fuese el momento, aplicar la lección aprendida.