Siempre gusté de tomarme un tiempo antes de
exteriorizar las cosas. Quizás sea una imitación que data de aquel período en
que uno forma su personalidad y copia rasgos, costumbres y modos de los
mayores, como buscando generar un Frankestein de personalidad acorde a nuestros
gustos. Mi recuerdo es de mi tío Omar. Estamos en el patio de la casa de mi tía
Angélica, en Valentín Alsina. Hay unos sifones en algún rincón junto a una
maceta, una mesa con un mantel vinílico y da la sombra de un día soleado en el
patio interno. Mi tío Omar, sentado con las piernas cruzadas del modo
“femenino”, recibe una pregunta sobre fútbol. Y él, hincha fanático de Racing,
se toma su tiempo para responder. Siendo gran observador desde chico, puedo
destacar tres pasos muy claros y marcados en su proceder, a prestar atención: Primero
cerraría los ojos. En segundo lugar se agacharía un poco al mismo tiempo que
con una de sus manos se frotaría la cabeza, como buscando sacudir la idea. Y
finalmente, volvería a su posición inicial y justo en el momento que su
interlocutor estuviera a punto de repetir la pregunta, comenzaría la respuesta
con esa voz grave que tenía. Las respuestas eran escuetas, pero asombrosamente
sintéticas y acertadas: “Racing jugó muy mal”.
Claramente, ese último rasgo preferí
copiarlo de algún otro adulto más peleado con el poder de síntesis.
Desde ese entonces, mi conducta de tomarme
un tiempo siguió presente en las situaciones más dispares: dos semanas después
de ver la película Sexto Sentido, recuerdo haber dicho en una cena con amigos:
“Claro… Bruce Willis estaba muerto”. En otras ocasiones más tempranas, la
conducta no era bien vista, sobre todo por los maestros y profesores escolares
que recibían con pleno atraso cualquier tarea escolar encomendada.
Pero es así. Me cuesta emitir opiniones al
momento, en caliente. No es que pueda hacerlo y al rato cambie de opinión. Es
simplemente que no puedo. Me resulta imposible analizar una obra de teatro
mientras bajo las escaleras del pullman. No puedo analizar los errores o
aciertos tácticos caminando por Lidoro Quinteros después de un partido de River
Plate.
Me tomo mi tiempo. Es por eso que puedo
escribir estas líneas 114 horas después.
Es que hace 114 horas, recibí una noticia:
“Encontraron al nieto de Estela”.
Y como mi tío Omar cerraba los ojos, pienso
que yo también hago lo mismo. Hace un tiempo tomé una decisión muy contraria a
mi voluntad de opinión sobre temas de la actualidad: Recibir la menor cantidad
de datos posible de cualquier medio de información. En un principio se limitó a
no mirar televisión. Después lo siguió la radio y por último, los medios
escritos. Es cierto que ante eventualidades, visitas o reuniones de café, los
temas llegan a mi conocimiento, pero no es ávida mi búsqueda de una información
que es, en el mejor de los casos parcial, cuando no falsa.
A continuación, me agacho un poco y froto
mi cabeza, sacudiendo las ideas. Cuando me agacho y me acerco a mí mismo, pienso
que al momento en que mi interlocutor de turno me dio la noticia no necesité
muchos más datos ni horas de filmaciones ni una avalancha de palabras para
empezar a sentir algo reconfortante y calentito que brotaba en mí. Lo que
siguió fue el sacudón de ideas, ese ejercicio que realizo habitualmente de
observar las conductas ajenas a mi alrededor. Y sinceramente, volví a afirmar
que todo es moda pasajera, que todo es distracción, que todo se pone
convenientemente en duda y que vivimos rodeados de repetidores. Surge la teoría
de la utilización de las apariciones para tapar “malos momentos”. Surge la
teoría sobre la no confiabilidad del banco de datos y el engaño a la pobre
señora a la que “le dan una alegría antes de morir”. Y me doy cuenta que, como
dijera el filósofo de Villa Fiorito, la tienen adentro.
Como tercer paso de la metodología Tío Omar,
volviendo a mi posición original, pienso en mis amigos, en mi familia, en mis
hermanos del alma y en lo que cada uno vivió y vivimos, y eso me genera una
sensación genuina, que no me la cuenta nadie. Me genera un calorcito interno
agradable que no está contaminado con ninguna mentira orientadora de pensamientos.
Creo que es el sentido de justicia. Y me doy cuenta que tanta, tanta gente que
se muere de rabia ante estas noticias, en un rato, mañana o en unos días,
volverá a sus triunfos individualistas, vacíos, efímeros, fríos, porque,
nobleza obliga, hay que aceptar la predominancia de un mundo capitalista donde
el fracaso de los otros es un triunfo tuyo. Pero no me importa. Mientras tanto,
en segundo plano, aunque sea por un ratito, me comunicaré de modo inalámbrico
con quienes están más cerca de mi corazón. Los imaginaré recibiendo la noticia para compartir esta sensación de bienestar,
esa recompensa parcial por un arduo trabajo bien realizado acompañada del
“celebremos ahora, que mañana hay que seguir trabajando” tan cierto como digno.
Y finalmente, justo cuando mi interlocutor
está por repetirme la noticia, puedo expresarme de una manera sintética y
acertada. Una sonrisa se dibujó en mi boca y salió, desarticulada y solitaria,
una de las palabras más lindas: Alegría.
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