Es por eso que basándonos en el programa de desarrollo de
competencias para implementar la estrategia y táctica del
negocio, decidimos premiar al compromiso, la excelencia y la
profesionalidad de Ricardo Atronelli… ¿Dónde está Ricardo? –
El Gerente buscaba entre los asistentes a Atronelli – ¡Ahí está
Atronelli! Decía, decidimos premiarlo con la responsabilidad del
desarrollo y seguimiento del nuevo sector de agentes exclusivos,
sector en el que tendrá a cargo la región Sur del país y una dotación
de 130 recursos. ¡Un aplauso para Atronelli! – Los aplausos
resonaron en el auditorio – Bueno, bueno… pero ahí no termina
la cosa… como todos saben, las grandes responsabilidades
acarrean grandes beneficios, y es por eso que decidimos, en una
muestra de agradecimiento, que a partir del próximo día lunes,
¡Atronelli tendrá una rebaja del 20% en sus ingresos mensuales!
– El auditorio estalló en una ruidosa ovación. Algunos aplaudían
de pie. Otros, los que se encontraban más cerca, se acercaban a
saludar, palmear e incluso abrazar a Atronelli que miraba absorto
la situación.
Pocos minutos después la reunión había finalizado y Atronelli
regresaba a su hogar. Después de un largo viaje, se encontró con
una fila interminable de autos en el peaje. Al cabo de 53 minutos
de espera, llegó a la ventanilla:
-Creo –dijo Atronelli- que debido a la larga congestión y el
tiempo de espera, la tarifa debería ser bonificada.
-Se encuentra en lo cierto – respondió amablemente “Romina
García” desde la cabina del peaje – son 180 dólares.
Atronelli preguntó si aceptaban tarjetas de crédito, a lo cual la
empleada del peaje respondió que si, y que por tratarse de un día
Lunes, tendría una bonificación del 20%, por lo que cargó a la
cuenta un total de 216 dólares.
Al llegar a su casa, Atronelli comentó la situación a su esposa,
quien comprensiva, sugirió:
-Deberías, por esta vez y por el día que has tenido, ordenar la
casa, lavar los platos, poner a dormir los chicos y masajearme los
pies. Sin duda te lo mereces.
Atronelli despertó a la mañana siguiente. Después de preparar el
desayuno, limpiar los pisos y recibir dos golpes de llave inglesa
en la nuca por parte del mecánico vecino que lo felicitó por el
ascenso, se subió a su auto.
Al llegar a la oficina pagó el desayuno de sus 90 compañeros de
piso, que insistían en que una persona como Atronelli se merecía
un desayuno rodeado de sus allegados. Ricardo tomó coraje y se
decidió a ingresar a la oficina de su jefe, a fin de renunciar a sus
nuevos beneficios adquiridos.
-Buenos días, saludó Atronelli
-Buenos días Ricardo -contestó amablemente su superior
mientras escupía al rostro de Atronelli - No me lo agradezca,
Usted se lo merece.
- Quería hablar sobre… - Atronelli se limpiaba el escupitajo de la
cara mientras intentaba retomar la conversación- sobre el ascenso
que me propuso ayer…
- No hay nada que hablar Atronelli, lo que Usted pida le será
brindado – Decía su jefe mientras le propinaba un puntín en la
rodilla izquierda -
- Bueno, es que quisiera…
- ¡40% de reducción salarial! – Gritó su jefe- ¡Y la responsabilidad
de los Agentes Exclusivos de todo el país! ¡Me está matando
Atronelli! ¡No me pida más!
- No, por el contrario, yo en realidad…
- ¡60!, ¡60% y trabajo de lunes a lunes, pero nada más! – Decía el
jefe, profundamente interesado en brindarle la mayor cantidad
de beneficios posibles a su empleado ejemplar.
- No, no es tampoco eso lo que pretendo… - tímidamente
Atronelli buscaba entre entender y expresarse.
Su jefe llamó a seguridad, dos hombres de metro noventa y
espaldas anchas aparecieron en segundos por la puerta, tomando
a Atronelli de los brazos. Su jefe comentó:
-Atronelli, Usted si que sabe negociar y ante eso no queda otra
que rendirme… 90% de reducción salarial y calabozo por tres
años.
Los guardias llevaron a Atronelli a un calabozo en el segundo
subsuelo del edificio que olía horrorosamente a una mezcla de
humedad, sudor y putrefacción. Con el paso del tiempo y su buena
conducta, Atronelli fue atado a un poste, castigado a latigazos,
quemado con cigarrillos, orinado, pateado y electrocutado. En
cierto momento, mientras un guardia le arrancaba las uñas de los
pies, a Atronelli le pareció sentir un olor dulzón a la distancia.
Esforzó su olfato para atravesar los hedores reinantes y dejó
volar su intelecto. “Banana” pensó. Por esa textura esponjosa y la
calidez del aroma, notó que serían muffins. Muffins de banana.
Fue entonces cuando entendió todo y temió por su seguridad
laboral, por su despido.
"Hola, mi nombre es Atronelli..."
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