jueves, 12 de mayo de 2016

Cómo lanzar un Jab.

El tipo (a efectos del relato quien les escribe) se hace un tatuaje de un boxeador. No importa si es Victoriano, si es un estilo tradicional americano o si se parece a alguien o no. El tatuador, un poco llevado por la rutina y otro poco para mitigar el hastío de un par de horas sentado mirando fijo bajo una luz blanca a un cuerpo ajeno, pregunta casi por obligación, "¿Y por qué un boxeador?"

La respuesta, que tarda unos segundos en materializarse en sonido, arranca para el lado de las ramas, del mismo modo que lo haría un mono capuchino post-robo de un racimo de bananas. Arranca por explicar que no siempre los tatuajes los decidí así. Hace unos años el objetivo era demostrar una idea, un mensaje y ver como eso se podía reflejar de mejor manera como un tatuaje. El dibujo grabado en la piel como la representación, la excusa para dejar bien en claro un mensaje, una postura. El tatuaje como mostrando "Esto soy yo, esto es lo que pienso y defiendo".

Pero los años habían pasado y ya no era igual. Ahora la cosa venía por otro lado. Ahora el tema era buscar una figura que entrara por lo estético, por lo artístico y ahí si, una vez definido el tatuaje, tratar de analizar y entender, en una tarea muy personal, que representaba esa figura. Y así apareció un boxeador. Un estilo tradicional americano. Una mezcla entre una figura victoriana y una postura y vestimenta de los años 50. ¿Y por qué? "Es un símbolo de la unión con mi viejo, que falleció hace varios años" fueron las palabras que elegí para explicarlo. Pasé en segundos de la última rama del Ceibo a una explicación que me llevó meses entender.  ¿Tu viejo era boxeador? era la pregunta que se caía de madura. No. No era boxeador, ni tampoco entrenador, ni tampoco el boxeo es mi actividad (a pesar de alguna intentona en el pasado). De hecho, mi viejo fue futbolista semi-profesional que jugaba a fines de los 50 en el ascenso. Y yo no pude pasar de una emocionante promesa que como tantos otros, no pudo llegar por las lesiones. Así que por ahí no estaba la cosa. 

Quizás se pueda empezar a entender porque de chico mi viejo me llevaba a ver a Huracán a todos los partidos que nos fuera posible. Y me contaba de las historias de su juventud, donde hacía gran vida social en el club y, debido a sus actividades de Pelota Paleta, compartía momentos con Ringo Bonavena. No era su amigo, ni siquiera creo que Ringo lo hubiera conocido si alguien se acercaba a preguntarle por mi viejo, pero las historias que mi viejo me narraba sobre Ringo, jugando a las damas en el club rodeado de pebetes que lo admiraban y como protestaba golpeando la mesa y tirando a la mierda todas las fichas ante una derrota, eran sin lugar a dudas mis preferidas. Entonces para empezar a entenderlo, mi primer ídolo popular fue, al contrario de mi situación actual donde Maradona tiene nivel de deidad, Ringo Bonavena.

Pero un día todas esas historias del club, de Ringo y los partidos de los sábados no fueron suficientes. Y a la tierna edad de 9 años, le dije a mi viejo que yo era hincha de River. Mi viejo se comportó como un campéon. Sin ningún reclamo, empezó a llevarme cada vez que pudo a ver "al más grande". Incluso en alguna que otra ocasión lo sorprendí gritando a viva voz un gol del millonario. Pero algo había cambiado. El fútbol había dejado de ser esa actividad de unión y había pasado a ser una actividad compartida, que no es lo mismo. Cada uno tenía sus propias ideas, cada cual defendía historias, estilos, tácticas. Ver un partido era analizar y desmenuzar intenciones, estrategias y limitaciones de cada equipo, jugador y DT. A veces estas cosas se hacían muy verbales y daban lugar a debates eternos. En otras ocasiones pasaba por un silencio mutuo que dejaba entender un mensaje tácito de "Yo se lo que pensás, vos sabés lo que pienso yo, pero el partido está muy aburrido para que lo discutamos".

Aún así, había algo que escapaba a esa sabiduría cuasi arrogante que nos daba la habitualidad de practicar y ver fútbol. Y ese algo era el boxeo. Casi sin decirlo, cuando teníamos la suerte de compartir una noche de sábado, la actividad fija era buscar algún canal que pasara una velada de box, transmitiendo desde cualquier parte del mundo. Y ahí nos sentábamos los dos, a compartir eso que tanto nos gustaba y a la vez, con mucho orgullo, ignorábamos en gran parte . No éramos neófitos; conocíamos a los históricos, entendíamos quien dominaba, quien proponía, quien tenía mejor técnica o quien buscaba atacar la zona baja del rival para producir un desgaste y compensar una diferencia de alcance. Entendíamos cómo lanzar un Jab. Pero lejos estaba de ser el conocimiento amplio que teníamos sobre el fútbol, donde nuestra condición de ex-practicantes, asiduos concurrentes y eternos estudiosos, nos daba el pinet para el tipo de conversación que nos alejaba de nuestras naturalezas humanas e imperfectas. El fútbol nos hacía eruditos, el boxeo nos volvía terrenales.

Y a medida que recordaba todas estas cosas durante el relato, me daba cuenta que lo lindo de compartir pasaba por muchas otras cuestiones. Ahí no había River o Huracán. Ahí no había 60 o 15 años. Ahí no había 4 volantes o 3 delanteros. Ahí era sentarnos a compartir algo que hermana mucho más que los éxitos: Era sentarnos a compartir nuestra ignorancia. Era sentarnos a aprender juntos y a disfrutar aprendiendo. Opinar, sentir, emocionarnos sin quizás entender mucho o sin que se nos juegue el ánimo de la semana. Era el lugar donde se unían todas las cosas que con empeño buscábamos separar. 

Y ahí estuvieron siempre esas peleas de boxeo de los días sábado. A veces en silencio, a veces comentando una preferencia por el petiso aguerrido o un morochón de pantalones rojos. Y la enseñanza fundamental de que las cosas que importan no suelen anunciarse con grandes parafernalias, sino que vienen humildemente disfrazadas de actividades banales. Nunca era un plan premeditado ni calculado con meses de anticipación. No había que sacar entradas anticipadas. Y ahí van a estar siempre las veladas de la federación en la avenida Castro Barros, donde por primera vez me sentí adulto a mis 13 años, viendo todos esos personajes tan sombríos y a la vez amistosos. Raros y a la vez confiables. Y ahí va a estar para siempre mi boxeador pseudo victoriano en el brazo, como la relación de unión inalterable con mi viejo, esa que ni la muerte pudo cambiar.

6 comentarios:

  1. Me habías hecho un anticipo, pero tenías toda la razón del mundo cuando me dijiste que escrito iba a ser otra cosa.
    Quiero seguir leyendo nuevas historias. Si eso implica ver más obras, leer nuevos libros, discutir más sobre política, conocer otros lugares, crear o recordar momentos, o incluso tatuarte de pies a cabeza.. Yo te banco. Siempre.

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  2. Nenee cuando vas a entender que sos bueno de verdad??!!!... Hermoso el comentario de Mer!💖💖

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  3. Nenee cuando vas a entender que sos bueno de verdad??!!!... Hermoso el comentario de Mer!💖💖

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  4. De verdad que sabes como lanzar un jab... Mi rincón tiro la toalla,rendido ante la belleza del relato.
    El comentario de Mer logro hacerme dar cuenta de q aún estaba vivo...

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  5. De verdad que sabes como lanzar un jab... Mi rincón tiro la toalla,rendido ante la belleza del relato.
    El comentario de Mer logro hacerme dar cuenta de q aún estaba vivo...

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