Se me ocurre como reflexión que existe una falsa compañía (o viéndolo desde el ángulo opuesto, una particular soledad) en la vida de los escritores.
Pensemos así: Un escritor prolífico tiende a pasar la mayoría de su tiempo inserto en un mundo con variados personajes, con vidas propias. Estos personajes tienen temores, estados de ánimo, personalidades y viven en mundos donde llueve, hace calor, hay mosquitos y los vecinos ponen la música a muy alto volumen. Estos personajes tienen sus vidas; por momentos son felices, por momentos lloran, algunos nacen y otros mueren. Pero el escritor nunca es parte. Es creador y observador. Es un mundo que solamente el conoce, con una sola puerta y una sola llave, que solamente él conoce y posee. De ese lado de la puerta, un mundo imperfecto, inacabado, indómito. Porque el escritor sabe que sus narraciones tienen que empatizar con el mundo del otro lado. Y ese mundo del otro lado se muestra indescifrable. Ya no hay una sola puerta ni una sola llave. Hay tantas puertas y llaves como personas lo habitan y detrás de cada puerta hay una infinidad de puertas opcionales que se pueden transitar. Y el escritor desconoce de puertas abiertas, de caminos largos y de trampas escondidas. El escritor ha pasado la mayor parte de su tiempo viviendo e interactuando con los frutos de su imaginación, enredado en laberintos que él mismo ha diseñado. Ha creado una, dos, cien realidades paralelas. Y sin embargo, nunca pudo insertarse en ellas. Ha creado cien puertas, miles de llaves. Y ahí está, parado frente a todos mientras sus personajes, espejados lo miran para saber que hacer. Y el escritor, del otro lado, no tiene a nadie que lo ayude.
De un lado, una puerta a su mundo interior: Colorido,imperfecto, cambiante. Del otro lado, una puerta a la realidad: Cambiante, imperfecta, colorida. Y en el medio el escritor, siempre solo.
Pensemos así: Un escritor prolífico tiende a pasar la mayoría de su tiempo inserto en un mundo con variados personajes, con vidas propias. Estos personajes tienen temores, estados de ánimo, personalidades y viven en mundos donde llueve, hace calor, hay mosquitos y los vecinos ponen la música a muy alto volumen. Estos personajes tienen sus vidas; por momentos son felices, por momentos lloran, algunos nacen y otros mueren. Pero el escritor nunca es parte. Es creador y observador. Es un mundo que solamente el conoce, con una sola puerta y una sola llave, que solamente él conoce y posee. De ese lado de la puerta, un mundo imperfecto, inacabado, indómito. Porque el escritor sabe que sus narraciones tienen que empatizar con el mundo del otro lado. Y ese mundo del otro lado se muestra indescifrable. Ya no hay una sola puerta ni una sola llave. Hay tantas puertas y llaves como personas lo habitan y detrás de cada puerta hay una infinidad de puertas opcionales que se pueden transitar. Y el escritor desconoce de puertas abiertas, de caminos largos y de trampas escondidas. El escritor ha pasado la mayor parte de su tiempo viviendo e interactuando con los frutos de su imaginación, enredado en laberintos que él mismo ha diseñado. Ha creado una, dos, cien realidades paralelas. Y sin embargo, nunca pudo insertarse en ellas. Ha creado cien puertas, miles de llaves. Y ahí está, parado frente a todos mientras sus personajes, espejados lo miran para saber que hacer. Y el escritor, del otro lado, no tiene a nadie que lo ayude.
De un lado, una puerta a su mundo interior: Colorido,imperfecto, cambiante. Del otro lado, una puerta a la realidad: Cambiante, imperfecta, colorida. Y en el medio el escritor, siempre solo.
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