martes, 13 de marzo de 2018

La falsa compañía

Se me ocurre como reflexión que existe una falsa compañía (o viéndolo desde el ángulo opuesto, una particular soledad) en la vida de los escritores.

Pensemos así: Un escritor prolífico tiende a pasar la mayoría de su tiempo inserto en un mundo con variados personajes, con vidas propias. Estos personajes tienen temores, estados de ánimo, personalidades y viven en mundos donde llueve, hace calor, hay mosquitos y los vecinos ponen la música a muy alto volumen. Estos personajes tienen sus vidas; por momentos son felices, por momentos lloran, algunos nacen y otros mueren. Pero el escritor nunca es parte. Es creador y observador. Es un mundo que solamente el conoce, con una sola puerta y una sola llave, que solamente él conoce y posee. De ese lado de la puerta, un mundo imperfecto, inacabado, indómito. Porque el escritor sabe que sus narraciones tienen que empatizar con el mundo del otro lado. Y ese mundo del otro lado se muestra indescifrable. Ya no hay una sola puerta ni una sola llave. Hay tantas puertas y llaves como personas lo habitan y detrás de cada puerta hay una infinidad de puertas opcionales que se pueden transitar. Y el escritor desconoce de puertas abiertas, de caminos largos y de trampas escondidas. El escritor ha pasado la mayor parte de su tiempo viviendo e interactuando con los frutos de su imaginación, enredado en laberintos que él mismo ha diseñado. Ha creado una, dos, cien realidades paralelas. Y sin embargo, nunca pudo insertarse en ellas. Ha creado cien puertas, miles de llaves. Y ahí está, parado frente a todos mientras sus personajes, espejados lo miran para saber que hacer. Y el escritor, del otro lado, no tiene a nadie que lo ayude.

De un lado, una puerta a su mundo interior: Colorido,imperfecto, cambiante. Del otro lado, una puerta a la realidad: Cambiante, imperfecta, colorida. Y en el medio el escritor, siempre solo.

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