viernes, 27 de junio de 2014

La justicia del tiempo

No pudiendo escapar del destino que dejaba a la merced de impúdicos criminales a la comunidad a la que pertenecía, el mítico kiosquero de Tapiales, Don Esteban, sucumbió a la ola de asaltos del año 88. 

Viendo que el mismo no tomaba las extensas y por momento exageradas medidas de seguridad que sí tomaban sus comerciantes vecinos, Luchi, el almacenero, le preguntó a qué se debía aquella pasividad. Don Esteban, con la tranquilidad y parsimonia que siempre lo caracterizó, le contestó que el creía en una especie de balance cósmico, que la suerte había sido siempre más que generosa para con el y que consideraba que aquella persona urgida de tomar por la fuerza sus pertenencias no era otra cosa que un abandonado por el destino, un desesperanzado quien ya fuere por ausencia de moral, conocimientos académicos, nociones legales o de carbohidratos, evidentemente las necesitaba más que el.

Pero Don Esteban le dejó muy en claro al almacenero que lo que él no perdonaría nunca sería que el mismo asaltante le robara dos veces.

Cabe aclarar que los ladrones, al obtener conocimiento de aquella declaración, tomaron todo tipo de recaudos y, artimañas y tretas mediantes, turnaron sus fechorías para con el kiosco dividiendo el botín siempre entre los mismos delincuentes. Hasta se cuenta que por unos pesos (o por simple coacción) algunos vecinos asaltaron por única vez y a cara limpia al kiosquero para volver como si nada al otro día a comprar unos Le Mans Suaves.


Lo interesante es que al día de la fecha, el kiosco sigue en su lugar, no pudiendo afirmar lo mismo sobre los tantos malhechores.

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