No pudiendo escapar del destino que dejaba a la merced de impúdicos criminales a la comunidad a la que pertenecía, el mítico
kiosquero de Tapiales, Don Esteban, sucumbió a la ola de asaltos del año 88.
Viendo
que el mismo no tomaba las extensas y por momento exageradas medidas de seguridad que sí tomaban sus comerciantes
vecinos, Luchi, el almacenero, le preguntó a qué se debía aquella
pasividad. Don Esteban, con la tranquilidad y parsimonia que siempre lo
caracterizó, le contestó que el creía en una especie de balance cósmico, que la
suerte había sido siempre más que generosa para con el y que consideraba que
aquella persona urgida de tomar por la fuerza sus pertenencias no era otra cosa
que un abandonado por el destino, un desesperanzado quien ya fuere por ausencia
de moral, conocimientos académicos, nociones legales o de carbohidratos,
evidentemente las necesitaba más que el.
Pero Don Esteban le dejó muy en claro
al almacenero que lo que él no perdonaría nunca sería que el mismo
asaltante le robara dos veces.
Cabe
aclarar que los ladrones, al obtener conocimiento de aquella declaración,
tomaron todo tipo de recaudos y, artimañas y tretas mediantes, turnaron sus
fechorías para con el kiosco dividiendo el botín siempre entre los mismos
delincuentes. Hasta se cuenta que por unos pesos (o por simple coacción)
algunos vecinos asaltaron por única vez y a cara limpia al kiosquero para
volver como si nada al otro día a comprar unos Le Mans Suaves.
Lo
interesante es que al día de la fecha, el kiosco sigue en su lugar, no pudiendo
afirmar lo mismo sobre los tantos malhechores.
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