Se
conocían de antes. Había un determinado afecto que va más allá de
la relación cliente con una necesidad versus comerciante con una
oferta. Los tipos se llevaban bien incluso cuando se cruzaban
accidentalmente por la calle, había saludos, buena onda. El negro no
se cortaba el pelo muy seguido. Un poco porque el negro era medio
bohemio y otro poco porque descansaba en la apariencia de “pelo
corto” que dan los rulos. El pelo no crece ni para arriba ni para
abajo, simplemente se retuerce sobre si mismo y eso te da un poco más
de margen para el ritual de mensualmente emprolijar la cabellera.
Esto que te digo debe haber sido por finales de Junio, principio de
Julio, porque se venían los cuartos de final del mundial, y los
mundiales, salvo cuando prima el negocio, se juegan entre Junio y
Julio. Era invierno, probablemente llovía pero el negro había caído
con un par de birras para brindar. Esto es gracioso por el tema
del frio y la birra helada. Podría haber caído con una botella de
tinto (como solía pasar), una ginebra o hasta por qué no, un
Whisky. Pero el negro me acuerdo que ese día había llevado un par
de botellas de cerveza. Había pasado un rato después del trabajo,
así que sumado a que era invierno, ya era bien entrada la noche.
Primero ni tocamos el tema. Cada uno se cortó el pelo, hablamos de
la crisis del país, de los problemas económicos y alguna que otra
penuria relacionada con la crianza de la criatura, privilegiado
problema que el negro compartía con el uruguayo. El uruguayo era
peluquero, por si no lo dije antes. Tenía una peluquería muy
particular, donde la muchachada melancólica del barrio encontraba un
resquejo de paz, un recinto pequeño donde nos gustaba juntarnos
muchas veces en silencio a acompañarnos y otras tantas, milonga,
candombe y tangos de por medio, a celebrar esta suerte de andarnos
cerca en la vida. Nosotros, los de este lado del Rio de la Plata
veníamos con un duelo medio raro. Habíamos perdido contra los
franceses pero no estábamos muy mal. La tristeza, la decepción
vienen directamente atadas a la esperaza e ilusión. Y desde hace
rato que los partidos de la selección nos son indiferentes a los
defensores de los viejos valores y la derrota de unos días atrás
frente al fríamente europeo combinado francés si bien nos había
molestado, no nos sorprendía ni tampoco nos causaba tristezas
mayores. Pero ahora era el turno de nuestros hermanos uruguayos. Esos
que son rivales cuando hay que enfrentarlos, pero que sino, queremos
ver ganar siempre. Y esos si que saben de paradas bravas, de cosas
imposibles, de lucharla siempre. Desde el origen de país chiquito,
pasando por el maracanazo, los carnavales, las hazañas de Peñarol y
la mayor cantidad de copas américas ganadas, Uruguay es un equipo
que nos convenció que si hay alguien capaz de hacer lo impensado y
que nadie podría hacer, eran ellos. Porque la gracia no era que un
equipo le pudiera ganar a Francia. La gracia era que Uruguay pudiera
hacerlo y sin su mayor figura. Pero hay códigos futboleros. Uno
expresa sus favoritismos con frases medias como “lo veo bien al
equipo para el sábado”, “Si aguantan los primeros 20 después
cada vez van a tener más chances” “ojo que Stuani viene mojando
seguido en España”, pero nunca se aventuraría a tirar un
resultado. “El sábado ganan 2 a 0” tiró el negro muy suelto de
cuerpo, con una sonrisa plena. Cuentan que en Rusia, Luis Suarez tuvo
un espasmo estomacal, sin saber su procedencia. El uruguayo solamente
observó a traves de su espejo las palabras del negro y humildemente
retrucó “No negro, es muy dificil, ellos tienen un equipazo”
pero el negro insistió “Ganan 2 a 0 y cómodo, Francia se va a
cagar”. A metros de Luis Suarez, en la lejana Rusia, Nahitan Nandez
siente una molestia muscular. El uruguayo vuelve a levantar la vista
del espejo y con menos amabilidad responde “los partidos hay que
jugarlos, pero claramente vamos de punto”. En el resto de la tarde
noche de Palermo, varias veces el negro repite su pronóstico.
Brindan varias veces por el triunfo del combinado celeste y antes de
salir, el negro levanta la apuesta “Cortes de pelo gratis para
nosotros dos si pasa Uruguay”. El partido se jugaba a la mañana
siguiente.
Francia
derrota claramente a Uruguay por 2 a 0. La peluquería, como bien
había sido anunciado se encuentra cerrada debido al duelo
mundialista. Esa misma tarde también queda eliminado el conjunto de
Brasil, cerrando la participación sudamericana en la competencia que
pasa a ser una nueva batalla europea por la división de la gloria,
la cual nuevamente queda lejos de las posibilidades de los pobres
subdesarrollados. Domingo y Lunes la peluquería permanece cerrada
como de costumbre. El martes ya nadie comenta el mundial y poco a
poco la rutina y la crisis económica reinante vuelven a ganar
protagonismo de las conversaciones entre el ocasional cliente y el
uruguayo. El frío se aleja de la ciudad, los brotes primaverales
empiezan a aparecer y el mundial es un lejano recuerdo, ni siquiera
los rellenos de la programación de los canales deportivos muestran
imágenes del equipo Francés, el verdugo de argentinos y uruguayos,
que finalmente se consagrara campeón. Una tarde noche de primavera
vuelve el negro a la peluquería. El saludo es similar al de dos
personas que se vieron la tarde anterior. Esos tres meses de
acumulación de rulos no han pasado para ellos. Viene con una botella
de tinto para brindar. El uruguayo hasta ha cambiado los muebles de
lugar, pero el negro no lo nota. Hay 2 clientes en la espera. El
uruguayo conversa con cada uno de ellos e incluso en algunos temas
aquellos que esperan su turno participan de la conversación,
incluido el negro. Suena radio Malena y se suceden canciones
populares del Río de La Plata. Empieza a caer el sol primaveral y la
peluquería se vacía. El negro ofrece abrir el vino, que es
generosamente compartido y disfrutado por todos los presentes. Pasa
un vecino del lugar a saludar, se queda y se toma un vasito del bordó
elixir. Llega el turno del negro, el último cliente de la jornada.
La conversación inicia tímida, por una recomendación gastronómica
“¿Comiste en el buffet de Atlanta?” pregunta el uruguayo.
Encuentran lugares en común. Se ríen. El uruguayo se toma un tiempo
extra en el corte de pelo, como siempre hace cuando la conversación
se torna interesante. En la radio suena una canción de la Fernandez
Fierro, la voz de la radio habla de paisajes porteños. El uruguayo
se concentra en el corte. El negro se relaja un poco en el sillón
luego de una semana de trabajo. ¿Barbosa? Pregunta el uruguayo
ofreciéndole al negro una afeitada tradicional. “Dale” responde
el negro con una sonrisa. Mientras el uruguayo va a buscar el
apoyacabezas, le ofrece el final de la botella de tinto al negro.
“Dale” acepta el negro gustoso. Con el cabezal en la mano, el
uruguayo espera que finalice el trago. Reclina el sillón, lo acomoda
y prolijamente pone sobre el rostro una toalla caliente .Mientras la
cara del negro está cubierta, afila la navaja blanca, la misma que
usa hace 20 años y para dentro de si, el uruguayo piensa: “Por la
memoria de Ghiggia, Varela, Schiaffino y Morán...ya nunca más vas a
mufar a la celeste” y asesta un corte preciso, certero justo por
sobre la nuez de Adán.
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