miércoles, 25 de marzo de 2020

El uruguayo y el negro

Se conocían de antes. Había un determinado afecto que va más allá de la relación cliente con una necesidad versus comerciante con una oferta. Los tipos se llevaban bien incluso cuando se cruzaban accidentalmente por la calle, había saludos, buena onda. El negro no se cortaba el pelo muy seguido. Un poco porque el negro era medio bohemio y otro poco porque descansaba en la apariencia de “pelo corto” que dan los rulos. El pelo no crece ni para arriba ni para abajo, simplemente se retuerce sobre si mismo y eso te da un poco más de margen para el ritual de mensualmente emprolijar la cabellera. Esto que te digo debe haber sido por finales de Junio, principio de Julio, porque se venían los cuartos de final del mundial, y los mundiales, salvo cuando prima el negocio, se juegan entre Junio y Julio. Era invierno, probablemente llovía pero el negro había caído con un par de  birras para brindar. Esto es gracioso por el tema del frio y la birra helada. Podría haber caído con una botella de tinto (como solía pasar), una ginebra o hasta por qué no, un Whisky. Pero el negro me acuerdo que ese día había llevado un par de botellas de cerveza. Había pasado un rato después del trabajo, así que sumado a que era invierno, ya era bien entrada la noche. Primero ni tocamos el tema. Cada uno se cortó el pelo, hablamos de la crisis del país, de los problemas económicos y alguna que otra penuria relacionada con la crianza de la criatura, privilegiado problema que el negro compartía con el uruguayo. El uruguayo era peluquero, por si no lo dije antes. Tenía una peluquería muy particular, donde la muchachada melancólica del barrio encontraba un resquejo de paz, un recinto pequeño donde nos gustaba juntarnos muchas veces en silencio a acompañarnos y otras tantas, milonga, candombe y tangos de por medio, a celebrar esta suerte de andarnos cerca en la vida. Nosotros, los de este lado del Rio de la Plata veníamos con un duelo medio raro. Habíamos perdido contra los franceses pero no estábamos muy mal. La tristeza, la decepción vienen directamente atadas a la esperaza e ilusión. Y desde hace rato que los partidos de la selección nos son indiferentes a los defensores de los viejos valores y la derrota de unos días atrás frente al fríamente europeo combinado francés si bien nos había molestado, no nos sorprendía ni tampoco nos causaba tristezas mayores. Pero ahora era el turno de nuestros hermanos uruguayos. Esos que son rivales cuando hay que enfrentarlos, pero que sino, queremos ver ganar siempre. Y esos si que saben de paradas bravas, de cosas imposibles, de lucharla siempre. Desde el origen de país chiquito, pasando por el maracanazo, los carnavales, las hazañas de Peñarol y la mayor cantidad de copas américas ganadas, Uruguay es un equipo que nos convenció que si hay alguien capaz de hacer lo impensado y que nadie podría hacer, eran ellos. Porque la gracia no era que un equipo le pudiera ganar a Francia. La gracia era que Uruguay pudiera hacerlo y sin su mayor figura. Pero hay códigos futboleros. Uno expresa sus favoritismos con frases medias como “lo veo bien al equipo para el sábado”, “Si aguantan los primeros 20 después cada vez van a tener más chances” “ojo que Stuani viene mojando seguido en España”, pero nunca se aventuraría a tirar un resultado. “El sábado ganan 2 a 0” tiró el negro muy suelto de cuerpo, con una sonrisa plena. Cuentan que en Rusia, Luis Suarez tuvo un espasmo estomacal, sin saber su procedencia. El uruguayo solamente observó a traves de su espejo las palabras del negro y humildemente retrucó “No negro, es muy dificil, ellos tienen un equipazo” pero el negro insistió “Ganan 2 a 0 y cómodo, Francia se va a cagar”. A metros de Luis Suarez, en la lejana Rusia, Nahitan Nandez siente una molestia muscular. El uruguayo vuelve a levantar la vista del espejo y con menos amabilidad responde “los partidos hay que jugarlos, pero claramente vamos de punto”. En el resto de la tarde noche de Palermo, varias veces el negro repite su pronóstico. Brindan varias veces por el triunfo del combinado celeste y antes de salir, el negro levanta la apuesta “Cortes de pelo gratis para nosotros dos si pasa Uruguay”. El partido se jugaba a la mañana siguiente.
Francia derrota claramente a Uruguay por 2 a 0. La peluquería, como bien había sido anunciado se encuentra cerrada debido al duelo mundialista. Esa misma tarde también queda eliminado el conjunto de Brasil, cerrando la participación sudamericana en la competencia que pasa a ser una nueva batalla europea por la división de la gloria, la cual nuevamente queda lejos de las posibilidades de los pobres subdesarrollados. Domingo y Lunes la peluquería permanece cerrada como de costumbre. El martes ya nadie comenta el mundial y poco a poco la rutina y la crisis económica reinante vuelven a ganar protagonismo de las conversaciones entre el ocasional cliente y el uruguayo. El frío se aleja de la ciudad, los brotes primaverales empiezan a aparecer y el mundial es un lejano recuerdo, ni siquiera los rellenos de la programación de los canales deportivos muestran imágenes del equipo Francés, el verdugo de argentinos y uruguayos, que finalmente se consagrara campeón. Una tarde noche de primavera vuelve el negro a la peluquería. El saludo es similar al de dos personas que se vieron la tarde anterior. Esos tres meses de acumulación de rulos no han pasado para ellos. Viene con una botella de tinto para brindar. El uruguayo hasta ha cambiado los muebles de lugar, pero el negro no lo nota. Hay 2 clientes en la espera. El uruguayo conversa con cada uno de ellos e incluso en algunos temas aquellos que esperan su turno participan de la conversación, incluido el negro. Suena radio Malena y se suceden canciones populares del Río de La Plata. Empieza a caer el sol primaveral y la peluquería se vacía. El negro ofrece abrir el vino, que es generosamente compartido y disfrutado por todos los presentes. Pasa un vecino del lugar a saludar, se queda y se toma un vasito del bordó elixir. Llega el turno del negro, el último cliente de la jornada. La conversación inicia tímida, por una recomendación gastronómica “¿Comiste en el buffet de Atlanta?” pregunta el uruguayo. Encuentran lugares en común. Se ríen. El uruguayo se toma un tiempo extra en el corte de pelo, como siempre hace cuando la conversación se torna interesante. En la radio suena una canción de la Fernandez Fierro, la voz de la radio habla de paisajes porteños. El uruguayo se concentra en el corte. El negro se relaja un poco en el sillón luego de una semana de trabajo. ¿Barbosa? Pregunta el uruguayo ofreciéndole al negro una afeitada tradicional. “Dale” responde el negro con una sonrisa. Mientras el uruguayo va a buscar el apoyacabezas, le ofrece el final de la botella de tinto al negro. “Dale” acepta el negro gustoso. Con el cabezal en la mano, el uruguayo espera que finalice el trago. Reclina el sillón, lo acomoda y prolijamente pone sobre el rostro una toalla caliente .Mientras la cara del negro está cubierta, afila la navaja blanca, la misma que usa hace 20 años y para dentro de si, el uruguayo piensa: “Por la memoria de Ghiggia, Varela, Schiaffino y Morán...ya nunca más vas a mufar a la celeste” y asesta un corte preciso, certero justo por sobre la nuez de Adán.



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