sábado, 28 de marzo de 2020

Para toda la eternidad


Esa mañana en particular era mucho más cálida que lo que correspondía a esa época del año. Ver a la familia caminar con desgano bajo el sol de Villa del Parque, cargados ambos brazos con abrigos y notorias muecas de calor era una imagen que remitía a los tiempos de los beduinos nómades vagando por los desiertos del Sahara. Algo en común tenían: la familia de tres estaba buscando un nuevo hogar.

La búsqueda tradicional ya se había vuelto repetitiva y ver las mismas propiedades intento tras intento mermaba lentamente su voluntad de cambio. Por ello mismo habían decidido salir a recorrer esas zonas que tanto anhelaban habitar y tratar de encontrar, en una mezcla de causalidad y suerte, una propiedad con un bendito cartel que dijera “en alquiler”. 

Todavía no eran siquiera las 10 de la mañana y, agotados por el calor y la poca fortuna, ya consideraban emprender el regreso e intentar en otra ocasión, mejor preparados para el clima y con otra suerte. Pero apenas doblando en una ochava, junto a una inmobiliaria que aún se encontraba cerrada, encontraron un mínimo cartel junto al portero eléctrico de un edificio. “Se alquila departamento de 3 ambientes, tocar timbre del 6° “A”. La simpleza del cartel, lo mínimo de su tamaño y el hecho de que lo hayan encontrado entre una búsqueda área de enjambres de balcones y carteles de inmobiliarias les pareció una buena señal. Todo ese tiempo mirando para arriba y la solución se les apareció en ese pequeño hall al que acudieron por un breve mimo de sombra matinal.

El hombre tocó el portero y una voz anciana, gentil y femenina contestó a la brevedad. Les preguntó si estaba abierta la puerta del edificio y ante la negativa, procedió a abrir mediante el portero eléctrico. Ingresaron los tres al edificio. Era un edificio antiguo pero muy bien mantenido, con un hall de planta baja espacioso y dos ascensores. Las buenas sensaciones se seguían acumulando para la familia. Del ascensor bajó una pareja de jóvenes que venía riendo, con buen semblante, los cuales saludaron con amabilidad.

Llegaron en el ascensor al sexto piso y al abrir la puerta, se encontraron con un paliere de distribución iluminado por el sol que ingresaba por la ventana del fondo, decorado con plantas verdes y frondosas y un aroma fresco, amigable que invitaba a quedarse. Antes de comenzar la búsqueda del departamento “A” notaron que una puerta se abría suavemente. Junto a ella se encontraba la señora que los había atendido por el portero. Menuda, pequeña, les hacía gestos con las manos mientras les decía “Es por acá, es por acá”.

Al entrar al departamento la sonrisa se dibujó en los rostros de la agotada pareja. La misma luz que inundaba el paliere externo llenaba la totalidad del living con una sensación de hogar y descanso. El balcón que observaron inmediatamente se encontraba lleno de plantas radiantes, verdes y florecidas. Él imaginó que sería difícil tenerlo tan lindo, pero podrían intentar. Ella se quedó mirando el parquet brilloso, inmaculado, señorial. El niño rápidamente quedó fascinado con un gato simpaticón que se acercó a saludar y sin mediar permiso maternal, se abocó al juego con la mascota.

“Pasen y vean tranquilos” indicó la señora amablemente. Tenía una elegancia humilde, de otras épocas, de cuando eran otros los valores y las premisas. Les comentó que su marido había salido un rato, pero que ya venía. Que los dos llevaban más de 50 años juntos, ya estaban grandes y mantener el departamento tan grande les costaba mucho trabajo y dinero y que habían decidido de común acuerdo alquilarlo y con ese dinero, vivir en otro lugar más accesible y fácil de mantener. La familia escuchaba y asentía la historia mientras recorrían embelesados los demás ambientes. Cocina, lavadero, cuarto de servicio, habitaciones amplias, placares en los pasillos. Era el lugar que habían soñado al emprender su búsqueda. Todos los ambientes súper luminosos, con vista al exterior. Era su próximo hogar. Llegó el momento incómodo de la pregunta de rigor: el precio del alquiler. Ambos se quedaron sorprendidos con la respuesta de la anciana. El valor era más bajo que el promedio de las propiedades que frecuentaban y el departamento no requería ningún gasto adicional. La anciana había sumado a su respuesta que nada la haría más feliz que saber que de alguna manera indirecta, estaba ayudando a una jóven familia a desarrollarse, a tener un hogar feliz para la crianza de su hijo y por qué no, de los próximos por venir. Les contó historias de su juventud, cuando junto a su esposo soñaban con la familia gigante, la multitud de nietos y la casa grande en las afueras. Las vueltas de la vida le habían permitido tener tan sólo un hijo y los trabajos, las crisis económicas y otros vaivenes no les habían permitido grandes lujos ni casa en las afueras pero les había permitido comprarse ese departamento y mantenerlo lo mejor posible hasta ese día. Por como el hijo de la pareja jugaba con el gato, parecía que ese orden impoluto y cuidado no iba a durar mucho. La criatura estaba completamente energizada pese al calor y jugaba con el gato, como siendo el primero en apropiarse del lugar como su propiedad.

Para sorpresa de la familia, cuando le preguntaron si el alquiler era directo a negociar con ellos, los dueños, la anciana les informó que debían tramitarlo con la inmobiliaria que se encontraba junto al edificio, que probablemente ya estaría abierta. La pareja le indicó al niño que ya era hora de partir, pero la criatura no paraba de corretear y jugar con el gato por el pasillo y las habitaciones del departamento. Tras varios intentos vanos de convencer al niño mediante palabras, la madre optó por la fuerza corporal. Tomó al niño bruscamente de la mano cuando éste pasó por el pasillo tras la mascota de la anciana y lo arrastró hacia la puerta. El niño rompió en llanto y en una protesta pacífica se dejó caer al piso, dificultando la tarea de salida. La anciana ofreció a los padres cuidar al niño, que jugara con el gato un rato, mientras ellos hacían los trámites en la inmobiliaria contigua. Si bien a los padres la idea les pareció descabellada desde un inicio, la amabilidad de la señora, la calidez del hogar y la vivacidad del edificio les dieron un pequeño margen de duda. La inmobiliaria estaba literalmente al lado, desde allí veían la puerta del edificio y no les tomaría mucho tiempo el trámite de señar el departamento para volver con toda la documentación a alquilarlo.

El niño ni siquiera emitió palabra cuando su madre le dijo que se portara bien y que le hiciera caso a la anciana, que ellos volverían en 10 minutos a buscarlo y ahí sí tendrían que irse. La anciana sonrió nuevamente y los esperó con la puerta abierta hasta que tomaron el ascensor.

Mientras bajaban en el ascensor el comentario era unánime: La suerte que habían tenido en encontrar esa propiedad y cómo era cierto eso que cuando se perdía una oportunidad, era porque otra mejor estaba por ahí esperando. Incluso a la altura del segundo piso aventuraron discutir sobre cuál sería su habitación y cual sería para el niño.

Tal cual había vaticinado la anciana, la inmobiliaria se encontraba abierta. Con esa habitual energía de los vendedores que se habían acostumbrado a frecuentar, los atendió un jóven muy bien vestido. Le comentaron que de pura casualidad habían visto el departamento del sexto piso del edificio contiguo y que querían señarlo para alquiler. El jóven les consultó si conocían las comodidades que brindaba el departamento y sin esperar respuesta comenzó a detallarlas. Finalmente, les consultó si estaban de acuerdo con el precio del alquiler y les ofreció la posibilidad de realizar una oferta menor. A la pareja les pareció un precio por debajo del que pensaban pagar y como gesto de buena voluntad para la simpática anciana, contestaron que estaban de acuerdo con ese precio. Mientras el joven empleado preparaba los papeles para la seña, comenzó a comentarles lo espacioso y funcional que es el departamento, que los dueños son una pareja increíblemente bondadosa, a la cual todo el edificio los apreciaba mucho, que siempre fueron muy buenos vecinos pero que bueno, ellos después del accidente con el bebé que tenían nunca habían podido tener otro hijo, y que entre que no tienen familiares y la muerte de la mujer ya no tenía sentido mantener un departamento tan grande para él solo y que el anciano había decidido alquilarlo e irse a un geriátrico, aunque estaba muy triste con el tema.

“¿El anciano?” le preguntó instantáneamente el hombre. Su mujer palideció y sufrió un leve ataque de taquicardia. “¿Cómo que el anciano? ¡Si a nosotros nos mostró el departamento una mujer!”. El empleado, perplejo y sin moverse, solamente contestó que la mujer había muerto hace apenas un par de meses, y como repitiendo lo dicho anteriormente, que esa era la causa por la cual el anciano alquilaba el departamento.

La pareja salió corriendo de la inmobiliaria, incluso dejando parte de sus pertenencias allí. La puerta del edificio estaba casualmente abierta y no se molestaron en esperar el ascensor. Subieron corriendo por las escaleras, poseídos por ese instinto de supervivencia que inyecta adrenalina en momentos como ese. Al llegar al sexto piso, no reinaba la luz que había minutos antes. Casi adivinando se dirigieron por el pasillo oscuro camino a la puerta del departamento. Obviando el timbre el hombre golpeó repetida y violentamente la puerta. La mujer presa de una crisis rompió en llanto mientras gritaba desesperadamente “¡Mi hijo! ¡Devolveme a mi hijo! ¡Devolveme a mi hijo!”. Los golpes eran en vano, como así también los repetidos y constantes timbrazos. Los vecinos del piso salieron a observar y raudamente acudieron en ayuda. Preso de la desesperación el hombre tomó carrera por el pasillo y arremetió contra la puerta del departamento. El primer intento fue insatisfactorio, pero en el segundo logró derribar la puerta. La imagen era lúgubre, desoladora. El departamento estaba a oscuras, todas las persianas bajas. Estaba desatendido, las cosas tiradas en el piso e incluso había bolsas de basura en su interior. Todo apenas podía verse con la luz artificial del paliere.

Desesperados, ambos ingresaron al departamento, llamando a su hijo por su nombre. No hubo respuesta alguna. No la habrá. El nene no estaba en ninguna parte. En una de las habitaciones encontraron al gato maullando y al anciano colgado del techo. En la mano tenía una nota que decía “Vos, yo y nuestro hijo, para toda la eternidad”


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