Esa mañana en particular era mucho más cálida que lo que
correspondía a esa época del año. Ver a la familia caminar con desgano bajo el
sol de Villa del Parque, cargados ambos brazos con abrigos y notorias muecas de
calor era una imagen que remitía a los tiempos de los beduinos nómades vagando
por los desiertos del Sahara. Algo en común tenían: la familia de tres estaba
buscando un nuevo hogar.
La búsqueda tradicional ya se había vuelto repetitiva y ver las
mismas propiedades intento tras intento mermaba lentamente su voluntad de
cambio. Por ello mismo habían decidido salir a recorrer esas zonas que tanto
anhelaban habitar y tratar de encontrar, en una mezcla de causalidad y suerte,
una propiedad con un bendito cartel que dijera “en alquiler”.
Todavía no eran siquiera las 10 de la mañana y, agotados por el
calor y la poca fortuna, ya consideraban emprender el regreso e intentar en
otra ocasión, mejor preparados para el clima y con otra suerte. Pero apenas
doblando en una ochava, junto a una inmobiliaria que aún se encontraba cerrada,
encontraron un mínimo cartel junto al portero eléctrico de un edificio. “Se
alquila departamento de 3 ambientes, tocar timbre del 6° “A”. La simpleza del
cartel, lo mínimo de su tamaño y el hecho de que lo hayan encontrado entre una
búsqueda área de enjambres de balcones y carteles de inmobiliarias les pareció
una buena señal. Todo ese tiempo mirando para arriba y la solución se les
apareció en ese pequeño hall al que acudieron por un breve mimo de sombra
matinal.
El hombre tocó el portero y una voz anciana, gentil y femenina
contestó a la brevedad. Les preguntó si estaba abierta la puerta del edificio y
ante la negativa, procedió a abrir mediante el portero eléctrico. Ingresaron los tres al
edificio. Era un edificio antiguo pero muy bien mantenido, con un hall de
planta baja espacioso y dos ascensores. Las buenas sensaciones se seguían
acumulando para la familia. Del ascensor bajó una pareja de jóvenes que venía
riendo, con buen semblante, los cuales saludaron con amabilidad.
Llegaron en el ascensor al sexto piso y al abrir la puerta, se
encontraron con un paliere de distribución iluminado por el sol que ingresaba
por la ventana del fondo, decorado con plantas verdes y frondosas y un aroma
fresco, amigable que invitaba a quedarse. Antes de comenzar la búsqueda del
departamento “A” notaron que una puerta se abría suavemente. Junto a ella se
encontraba la señora que los había atendido por el portero. Menuda, pequeña,
les hacía gestos con las manos mientras les decía “Es por acá, es por acá”.
Al entrar al departamento la sonrisa se dibujó en los rostros de
la agotada pareja. La misma luz que inundaba el paliere externo llenaba la
totalidad del living con una sensación de hogar y descanso. El balcón que
observaron inmediatamente se encontraba lleno de plantas radiantes, verdes y
florecidas. Él imaginó que sería difícil tenerlo tan lindo, pero podrían
intentar. Ella se quedó mirando el parquet brilloso, inmaculado, señorial. El
niño rápidamente quedó fascinado con un gato simpaticón que se acercó a saludar
y sin mediar permiso maternal, se abocó al juego con la mascota.
“Pasen y vean tranquilos” indicó la señora amablemente. Tenía una
elegancia humilde, de otras épocas, de cuando eran otros los valores y las
premisas. Les comentó que su marido había salido un rato, pero que ya venía.
Que los dos llevaban más de 50 años juntos, ya estaban grandes y mantener el
departamento tan grande les costaba mucho trabajo y dinero y que habían
decidido de común acuerdo alquilarlo y con ese dinero, vivir en otro lugar más
accesible y fácil de mantener. La familia escuchaba y asentía la historia
mientras recorrían embelesados los demás ambientes. Cocina, lavadero, cuarto de
servicio, habitaciones amplias, placares en los pasillos. Era el lugar que
habían soñado al emprender su búsqueda. Todos los ambientes súper luminosos,
con vista al exterior. Era su próximo hogar. Llegó el momento incómodo de la
pregunta de rigor: el precio del alquiler. Ambos se quedaron sorprendidos con
la respuesta de la anciana. El valor era más bajo que el promedio de las
propiedades que frecuentaban y el departamento no requería ningún gasto
adicional. La anciana había sumado a su respuesta que nada la haría más feliz
que saber que de alguna manera indirecta, estaba ayudando a una jóven familia a
desarrollarse, a tener un hogar feliz para la crianza de su hijo y por qué no,
de los próximos por venir. Les contó historias de su juventud, cuando junto a
su esposo soñaban con la familia gigante, la multitud de nietos y la casa
grande en las afueras. Las vueltas de la vida le habían permitido tener tan
sólo un hijo y los trabajos, las crisis económicas y otros vaivenes no les
habían permitido grandes lujos ni casa en las afueras pero les había permitido
comprarse ese departamento y mantenerlo lo mejor posible hasta ese día. Por
como el hijo de la pareja jugaba con el gato, parecía que ese orden impoluto y
cuidado no iba a durar mucho. La criatura estaba completamente energizada pese
al calor y jugaba con el gato, como siendo el primero en apropiarse del lugar
como su propiedad.
Para sorpresa de la familia, cuando le preguntaron si el alquiler
era directo a negociar con ellos, los dueños, la anciana les informó que debían
tramitarlo con la inmobiliaria que se encontraba junto al edificio, que
probablemente ya estaría abierta. La pareja le indicó al niño que ya era hora
de partir, pero la criatura no paraba de corretear y jugar con el gato por el
pasillo y las habitaciones del departamento. Tras varios intentos vanos de
convencer al niño mediante palabras, la madre optó por la fuerza corporal. Tomó
al niño bruscamente de la mano cuando éste pasó por el pasillo tras la mascota
de la anciana y lo arrastró hacia la puerta. El niño rompió en llanto y en una
protesta pacífica se dejó caer al piso, dificultando la tarea de salida. La
anciana ofreció a los padres cuidar al niño, que jugara con el gato un rato,
mientras ellos hacían los trámites en la inmobiliaria contigua. Si bien a los
padres la idea les pareció descabellada desde un inicio, la amabilidad de la
señora, la calidez del hogar y la vivacidad del edificio les dieron un pequeño
margen de duda. La inmobiliaria estaba literalmente al lado, desde allí veían
la puerta del edificio y no les tomaría mucho tiempo el trámite de señar el
departamento para volver con toda la documentación a alquilarlo.
El niño ni siquiera emitió palabra cuando su madre le dijo que se
portara bien y que le hiciera caso a la anciana, que ellos volverían en 10
minutos a buscarlo y ahí sí tendrían que irse. La anciana sonrió nuevamente y
los esperó con la puerta abierta hasta que tomaron el ascensor.
Mientras bajaban en el ascensor el comentario era unánime: La
suerte que habían tenido en encontrar esa propiedad y cómo era cierto eso que
cuando se perdía una oportunidad, era porque otra mejor estaba por ahí
esperando. Incluso a la altura del segundo piso aventuraron discutir sobre cuál
sería su habitación y cual sería para el niño.
Tal cual había vaticinado la anciana, la inmobiliaria se
encontraba abierta. Con esa habitual energía de los vendedores que se habían
acostumbrado a frecuentar, los atendió un jóven muy bien vestido. Le comentaron
que de pura casualidad habían visto el departamento del sexto piso del edificio
contiguo y que querían señarlo para alquiler. El jóven les consultó si conocían
las comodidades que brindaba el departamento y sin esperar respuesta comenzó a
detallarlas. Finalmente, les consultó si estaban de acuerdo con el precio del
alquiler y les ofreció la posibilidad de realizar una oferta menor. A la pareja
les pareció un precio por debajo del que pensaban pagar y como gesto de buena
voluntad para la simpática anciana, contestaron que estaban de acuerdo con ese
precio. Mientras el joven empleado preparaba los papeles para la seña, comenzó
a comentarles lo espacioso y funcional que es el departamento, que los dueños
son una pareja increíblemente bondadosa, a la cual todo el edificio los
apreciaba mucho, que siempre fueron muy buenos vecinos pero que bueno, ellos
después del accidente con el bebé que tenían nunca habían podido tener otro
hijo, y que entre que no tienen familiares y la muerte de la mujer ya no tenía
sentido mantener un departamento tan grande para él solo y que el anciano había
decidido alquilarlo e irse a un geriátrico, aunque estaba muy triste con el
tema.
“¿El anciano?” le preguntó instantáneamente el hombre. Su mujer
palideció y sufrió un leve ataque de taquicardia. “¿Cómo que el anciano? ¡Si a
nosotros nos mostró el departamento una mujer!”. El empleado, perplejo y sin
moverse, solamente contestó que la mujer había muerto hace apenas un par de
meses, y como repitiendo lo dicho anteriormente, que esa era la causa por la
cual el anciano alquilaba el departamento.
La pareja salió corriendo de la inmobiliaria, incluso dejando
parte de sus pertenencias allí. La puerta del edificio estaba casualmente
abierta y no se molestaron en esperar el ascensor. Subieron corriendo por las
escaleras, poseídos por ese instinto de supervivencia que inyecta adrenalina en
momentos como ese. Al llegar al sexto piso, no reinaba la luz que había minutos
antes. Casi adivinando se dirigieron por el pasillo oscuro camino a la puerta
del departamento. Obviando el timbre el hombre golpeó repetida y violentamente
la puerta. La mujer presa de una crisis rompió en llanto mientras gritaba
desesperadamente “¡Mi hijo! ¡Devolveme a mi hijo! ¡Devolveme a mi hijo!”. Los
golpes eran en vano, como así también los repetidos y constantes timbrazos. Los
vecinos del piso salieron a observar y raudamente acudieron en ayuda. Preso de
la desesperación el hombre tomó carrera por el pasillo y arremetió contra la
puerta del departamento. El primer intento fue insatisfactorio, pero en el
segundo logró derribar la puerta. La imagen era lúgubre, desoladora. El
departamento estaba a oscuras, todas las persianas bajas. Estaba desatendido,
las cosas tiradas en el piso e incluso había bolsas de basura en su interior.
Todo apenas podía verse con la luz artificial del paliere.
Desesperados, ambos ingresaron al departamento, llamando a su hijo
por su nombre. No hubo respuesta alguna. No la habrá. El nene no estaba en
ninguna parte. En una de las habitaciones encontraron al gato maullando y al
anciano colgado del techo. En la mano tenía una nota que decía “Vos, yo y
nuestro hijo, para toda la eternidad”
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