Siempre
es muy difícil saber cuál fue el motivo por el cual uno se
despierta. Puede ser un ruido en la calle, un adorno que se tumba por
una leve corriente o simplemente el ruido de las cortinas chocando
contra la ventana. Quizás sea una reacción defensiva del
inconsciente ante una pesadilla, una idea, un pensamiento que no
queremos enfrentar. Pero ese primer instante en el que Ximena se
despertó esa noche, la sensación era muy clara. Alguien la había
tocado en el tobillo y se había abalanzado sobre ella. Casi
había sentido sobre su espalda a esa cosa etérea, maligna, mortal.
Se despertó totalmente empapada en sudor, ese sudor frío que le
erizaba la piel. La respiración tumultuosa, desesperada. Lo miró a
Alberto, que todavía dormía placenteramente a su lado. No quiso
despertarlo. Aún boca abajo sobre la cama, no quería darse vuelta.
Pese a haber despertado, tenía la sensación de que lo que fuera que
la había tocado en el tobillo, permanecía ahí. Su imaginación
empezó a traicionarla y de a poco empezó a notar como eso se le
acercaba por el costado de la cama que quedaba detrás de su cabeza.
Escuchó un leve crujir de un listón de madera del piso. Sintió
como aquella presencia se arqueaba y se acercaba sigilosamente sin
tocarla, hasta llegar a susurrarle al oído “lo mataste, vos lo
mataste, asesina”. Cerró fuertemente sus ojos y su corazón se
aceleró al punto de casi salir de su pecho. Fueron 3 segundos que
parecieron una eternidad. Sintió de repente una leve brisa y tuvo la
sensación que lo fuera que estaba con ellos en la habitación, se
había dado velozmente a la fuga. Finalmente, casi sin razonarlo, se
armó de valentía y al mismo tiempo que abría los ojos, giró sobre
su cuerpo. Ya nada había en la habitación. Presa de la
desesperación se levantó de la cama y descalza como estaba comenzó
a recorrer el apartamento, en la plena oscuridad. Pensó en tomar un
cuchillo de la cocina, por lo que sigilosamente abrió el cajón y
sacó ese nuevo, el que usaba para la carne. Caminó con el cuchillo
en una mano y con la otra tanteando la pared del pasillo, en plena
oscuridad . Se asustó nuevamente con su reflejo en la ventana
y tuvo que ahogar un grito de terror. En el living una tenue luz
ingresaba por el ventanal, dejando en claro que nadie más estaba en
el lugar. Aún con el cuchillo en la mano se dirigió al baño y sin
prender la luz, para no despertar a Alberto, se bajó la ropa
interior y se sentó en el inodoro a orinar. De a poco la
tranquilidad iba volviendo a su persona. Se sorprendió culposa
cuando apretó el botón de la descarga, pensó que el ruido podría
despertar a Alberto. Con el cuchillo en la mano, volvió ya tranquila
a la habitación. En su cama había otra mujer, durmiendo boca abajo.
Alberto estaba junto a ella, ya sin vida. Suelta un grito sin voz,
eterno, desesperado. Toma a la mujer desconocida por el tobillo. Con
el cuchillo en la mano derecha, pone ambas rodillas sobre el colchón
y se arroja resueltamente sobre ella. “¡Asesina!” grita sumida
en desesperación mientras le asesta una puñalada en la espalda.
Vuelve a despertar, empapada, desesperada, sumida en un terror
absoluto. Alberto la consuela. “Tuviste una pesadilla mi amor,
tranquila, ya pasó, está todo bien, no tengas miedo”. Ximena
sonríe, acaricia tiernamente a su amado. Lo mira fijo a esos ojos
marrones, redondos, plenos de amor. Alberto le responde la sonrisa.
Pero Ximena quiere hablar y no puede. Lo intenta una y otra vez sin
éxito. Alberto le pregunta qué le pasa. Ximena cae presa de la
desesperación. Quiere agradecerle esas caricias, contarle su
pesadilla, quiere hablar. Quiere decirle que lo extraña cada día,
que no encuentra manera de pedirle perdón, que ella sabe que está
soñando porque lo mató hace ya más de 7 años y que,
principalmente, tiene mucho miedo de nunca, nunca más poder
despertarse.
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