Mientras miraba sorprendido, como
azorado cada uno de los detalles a mi alrededor, hacía mucha fuerza para
concentrarme y me repetía para adentro “Tratá de recordar todo, cada paso, cada
segundo, cada respiración, es algo irrepetible”, quería, literalmente, tatuarme
cada instante de esa caminata nocturna con mi padre por las calles del barrio.
Las historias que se cuentan en casa, siempre muy bajito y en la oscuridad,
hablan de que yo conocía la calle, de que cuando yo era muy chiquito madre y
padre me llevaban a pasear a toda hora, incluso mis primeros pasos, caminando
como podía sostenido por mamá y papá, cada uno de un lado. Pero claro, todo eso
era antes de la aparición del invasor.
De lo que recuerdo por haberlo vivido,
y no por historias escuchadas, es que ya nos pasábamos las veinticuatro horas
del día encerrados dentro de la casa, las persianas y ventanas tapiadas y que
de cuando en cuando, en ocasiones que le tocaba la guardia semanal, padre salía
con todo el equipamiento a buscar los alimentos y elementos básicos de
subsistencia. Pero en esos casos nunca me dejaban siquiera acercarme a la
cochera, que era donde padre se preparaba y por dónde salía al exterior. En
esos momentos madre me encerraba en la habitación del piso de arriba, quizás
por temor a que nos sorprendieran e intentaran eliminarnos.
Padre desde que tengo memoria es de
pocas palabras. Cuando no está durmiendo pasa mucho tiempo sentado en el piso,
con los ojos cerrados. Yo sé que no duerme porque cuando intento ir para otro
lado, siempre se da cuenta y me dice “quedate acá, que así puedo cuidarte”. A
veces me muevo solamente para escucharlo hablar, para darme cuenta que sabe que
existo. Madre habla bastante más, pero ahora que ya soy más grande, me doy
cuenta que no me habla en serio. Me cuenta historias de antes, de cuando ella
era chica. Pero muchas de esas historias son mezclas entre cosas que realmente
pasaron y cosas que inventa. Ella me contó lo que eran los libros y hasta en
una de las paredes dibujó una biblioteca, que es el lugar donde se guardaban
antes de la llegada del invasor.
A veces por la noche, cuando no me
puedo dormir, padre me cuenta historias antiguas. Me las cuenta en secreto, al
oído, porque dice que no quiere excitarme y que termine haciendo una locura.
Siempre mientras cuenta las historias se encarga de dejarme bien en claro que
hay que agradecer lo que tenemos, que no trate de salir y que después de todo,
no estamos tan mal. Me cuenta de la época previa a la invasión. Me cuenta que
la gente salía de sus casas todos los días, a trabajar, a estudiar, a pasear, a
divertirse. Una vez me contó que la gente de una casa iba a la casa de otras
personas, se llamaban “visitas”. Pero mi historia favorita es sin dudas la del día que todas las personas
se juntaron en una plaza (es un lugar donde hay mucho espacio al aire libre) y
celebraron durante casi dos días un aniversario de “la independencia” que era
recordar la época donde todos eran libres y no dependían de nadie. Pero claro,
desde la llegada del invasor no pudieron juntarse nunca más en las plazas.
Por eso esta vez, la primera que salgo
a la calle en años, la primera que salgo desde que tengo uso de la razón, es
que quiero atesorar todas las sensaciones: El frío en el cuerpo, el viento en la
cara, el olor tan extraño que tiene todo. Pese a la completa oscuridad trato de
divisar formas, plantas, hojas, árboles, casas. Aprovecho para tocar unos
pastizales que hay al lado mío. Padre me mira con intenciones de retarme. Me
doy cuenta porque frena sus pasos y me apreta un poco más fuerte. Pronto me doy
cuenta que debe estar sonriendo, porque mientras volvemos a caminar, me hace un
mimo en la cabeza. Todo es tan oscuro que me cuesta adaptar la vista. Mi padre
solía contarme de la luna, de cómo esa presencia gigante en el cielo iluminaba
a todos por igual. Ahora ya no podíamos ver la luna, pero miro para arriba y
trato de imaginarla. Caminamos un poco más, ya debemos estar a más de mil
metros de casa. Empiezo a escuchar otros pasos, hay más seres en la calle junto
a nosotros. Empiezo a sentir un poco de temor. Cuando padre me dijo que íbamos
a salir de la casa, yo le pregunté si había algún problema. El solamente me
dijo que no. “¿Madre no va a venir con nosotros?” fue mi siguiente pregunta
“No, ella se va a quedar cuidando de nuestra morada” me respondió con mucha
firmeza. Escucho voces de fondo, susurros. “¿Son los invasores padre?” siento
nuevamente su mano sobre la cabeza, sacudiendo mi cabello “Los invasores
siempre hemos sido nosotros, hijo” me responde.
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