jueves, 26 de marzo de 2020

La traición de Miguel

No es un camino de rosas el que transitan los hinchas del Club Atlético Lugano, porque tampoco lo es el camino que ha recorrido el club desde sus inicios. Fundado como un club de los trabajadores ferroviarios, el inicialmente Club Compañía General de Buenos Aires lleva su estadio al barrio de Tapiales, zona únicamente conocida hasta el momento por la chacra de los tapiales, una propiedad que pasó de manos por varios conquistadores españoles, con las particularidades de ser la vivienda de Martin Joseph de Altolaguirre quien le daría nombre a una de las principales avenidas del barrio. Precisamente siguiendo esa avenida hasta chocar con la estación de trenes, los hinchas debían atravesar los campos del taller del ferrocarril, un hediondo arroyo a través de un puente de durmientes improvisados y atravesar la cancha auxiliar del club, conocida como “Canchicompañia” probablemente una deformación local de lo que era la “cancha de compañía”. La otra entrada al club incluía 300 metros de calle de tierra y un descenso de unos 20 metros por otro camino que se volvía imposible de escalar en los días lluviosos. 

Por ser un club ferroviario, fundó su sede en el barrio porteño de Villa Lugano, junto a la estación de tren. Para esa época, el club pasó a llamarse Club Atlético General Belgrano de Lugano por una disposición porteña que prohíbia llevar a los clubes en su nombre el término “compañía”. A mediados de los 80, en una búsqueda de identificación de los comerciantes locales y en busca de apoyo económico, resolvieron cambiar definitivamente el nombre del equipo por el de Club Atlético Lugano. Los habitantes de Tapiales hicieron caso omiso a esta traición y continuaron acompañando al equipo a pesar de que en sus casi 60 años de historia, nunca había logrado ser campeones.

Llegó la construcción del estadio, los muros  circundantes, un buffet y una platea orgullo del barrio, con capacidad para 300 personas en sus butacas de chapa naranjas y blancas y un palco de prensa, con 4 cabinas de transmisión habilitadas. Las cosas empezaban a pintar bien para el equipo por primera vez en su historia: Aquel invierno de 1987 fue el inicio de mi tercer temporada como hincha incondicional. Esperar a que mi viejo viniera en la visita semanal, rogar que ninguna de mis hermanas tuviera algún plan o necesidad y en caso de estar libres, partir con el y mi hermano rumbo a la cancha que nos deparara el destino, la cancha donde jugara Lugano, el naranja. Había equipos de renombre en aquella primera división “D”, la última del fútbol asociado a AFA en Argentina: Deportivo Riestra, Villa San Carlos y Barracas Central militaban por allí debajo en ese entonces. Puerto Italiano, siempre candidato, cambió varias veces su nombre y Victoriano Arenas, de deplorable campaña, tenía su estadio escondido en Valentin Alsina, perdido detrás de la fábrica, aún productiva, de las heladeras Siam. Eran 20 equipos en la divisional, 38 partidos a lo largo de la segunda mitad del año 1987 y los 6 primeros meses del 1988. Los candidatos, como siempre los mismos: Villa San Carlos, San Martín de Burzaco, Puerto Italiano y nuestro archi rival de toda la vida (pese a que por cercanía de las sedes se quiera instaurar como clásico a Yupanqui) el Club Ferrocarril Midland. La rivalidad era simple y entendible. En la estación apeadero, a metros del estadio de Lugano, se cruzaban ambos ferrocarriles: El Belgrano y el Midland. De allí la rivalidad, ferroviaria en sus inicios, deportiva y acérrima años después.
El torneo empezó complicado, con una visita a Juventud Unida en San Miguel que terminó en empate. El equipo mantenía una base de años anteriores, pero tenía algunas incorporaciones que animaban: Rausín aparecía como un zaguero central rudo e impasable, una adaptación suburbana de Ruggeri. Yanacón ponía su talento al servicio del equipo, Zahzú era un arquero confiable y el talento indescifrable del pipi Correa en ataque (quien sería goleador del torneo y daría un salto único en la historia de la divisional directamente a Independiente) daban esperanza de transitar un año tranquilo en mitad de tabla, sin tener que relojear el descenso.

El primer partido como locales trajo la primer victoria de la temporada. 2 a 0 sobre Lamadrid, el equipo carcelario. Tres triunfos al hilo, incluido el triunfo como visitante frente a Yupanqui, más 5 triunfos y un empate lo llevaron a recibir al temido San Martín de Burzaco desde la primera posición del torneo. En un memorable partido, Lugano triunfa como local por 3 a 2 con una actuación destacada de su espigado y morocho pelilargo arquero Zahzú, quien con su nombre de aborigen de película, se convierte en héroe de la gloria momentánea naranja. Los habitantes de Tapiales caminaban orgullosos por la calle, se saludaban en el barrio, comentaban en La Riviera, compra de mignones mediantes, las virtudes del equipo del barrio. El estado José Moraños se veía colmado en cada partido de local, en sus humildes 600 localidades. “La banda del apeadero” alentaba sin parar. Los triunfos y el invicto se extendían hasta más allá de la fecha 15, cuando en Tapiales derrotaron por 3 a 1 al cuco, al enemigo, al que venía goleando en todas las canchas, al Ferrocarril Midland. La felicidad era completa: “Gonzalez Chavez”, “Fontanella”, “Bruna”, “Carrizo”, “Coronel” eran palabras en código que despertaban la alegría y la pasión en el barrio. Eran los apellidos de los héroes naranjas, los que ponían por primera vez a Tapiales en las revistas y diarios deportivos. Y terminó la primera rueda: “La naranja mecánica” como ya lo apodaban, se llevó completamente invicto, sin derrotas, la primera rueda del torneo de Primera D. El mismo se extendería por 28 partidos, siendo un orgullo nacional, al nivel de grandes campañas históricas. Las figuras del equipo estaban en los extremos: Miguel Zahzú se encargaba de custodiar el cero en el arco propio mientras que el pipi Correa se erguía como goleador del torneo. Pero en la fecha 29, a sólo diez del final,  pasó lo inesperado. Como local, el Club Atlético Lugano cae por goleada frente a J.J. Urquiza por 3 a 0. Los siguientes dos partidos como local volvieron a mostrar la amarga cara de la derrota, solamente consoladas por un heroíco empate como visitante frente al competidor Midland. Afortunadamente la recuperación llegó a tiempo y con un empate como visitante ante Cañuelas, el club logró por primera vez en su historia coronarse campeón. Un invicto de 29 partidos, de los más importantes de la historia del fútbol y nombres que pasarían a la historia hermosa del barrio: Rausín, el defensor impasable, el Pipi Correa, goleador del campeonato, Miguel Zahzú, el arquero imbatible. Todo era ilusión para la gente de Tapiales que por primera vez en su historia afrontaría un torneo de Primera División “C”. Todo hasta que nos enteramos de la noticia: Miguel Zahzú no continuaría en el club. En esa época sin Internet ni variedad de medios, todos especulaban con una venta al exterior: “Se va a un equipo de Chile” comentaban en la carnicería “Palito 11”. “Lo compraron de Brown” osaban decir quienes le veían futuro en el Nacional “B”.

Pero no. 

Miguel Zahzú había firmado por el Ferrocarril Midland. Nuestros archirrivales. ¿Cómo explicarle a un chico de 8 años que su héroe, el encargado de evitar todo mal que pudiera pasarle al club de sus amores, se había ido a jugar al funebrero?

Esa temporada, Miguel Zahzú sería perpetrador de la mayor traición que he presenciado en mis años de futbolero. No hay goles en clásicos, no hay penales atajados, no hay declaraciones estridentes a la prensa, no hay besos en escudos.

Esa temporada el Club Atlético Ferrocarril Midland se consagró campeón invicto del torneo de Primera “D” del fútbol de Argentina y establecería un récord sudamericano aún vigente, 32 años después. Sacarle ese orgullo a la sufrida gente de Tapiales, sacarme esa historia compartida con mi viejo y mi hermano, no tiene precio. 

Uno puede pensar que el mayor invicto lo tiene el Corinthians de Sócrates, el Santos de Pelé, el Boca de Bianchi. No. El mayor invicto profesional de Sudamérica lo tiene nada más ni nada menos que Midland, equipo por aquel entonces se situaba en Primera D, y estuvo 50 partidos invicto entre los años 1988 y 1989, de la mano de Carlos Ribeiro en el banco y Miguel Zahzú en el arco. Una verdadera gloria. Una verdadera traición.


Club Atlético Lugano, campeón 1987/88


Club Atlético Ferrocarril Midland, campeón 1988/89

1 comentario:

  1. Tremendo Miguelito. Prefirió ser cabeza de ratón y quedarse en la D. Se sabe si con Midland jugó en la C? Terrible amuleto desde el arco.
    Muy buena historia (aunque recuerdo agridulce para UD, señor escritor

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