No
es un camino de rosas el que transitan los hinchas del Club Atlético
Lugano, porque tampoco lo es el camino que ha recorrido el club desde
sus inicios. Fundado como un club de los trabajadores ferroviarios,
el inicialmente Club
Compañía General de Buenos Aires lleva
su estadio al barrio de Tapiales, zona únicamente conocida hasta el
momento por la chacra de los tapiales, una propiedad que pasó de
manos por varios conquistadores españoles, con las particularidades
de ser la vivienda de Martin Joseph de Altolaguirre quien le daría
nombre a una de las principales avenidas del barrio. Precisamente
siguiendo esa avenida hasta chocar con la estación de trenes, los
hinchas debían atravesar los campos del taller del ferrocarril, un
hediondo arroyo a través de un puente de durmientes improvisados y
atravesar la cancha auxiliar del club, conocida como “Canchicompañia”
probablemente una deformación local de lo que era la “cancha de
compañía”. La otra entrada al club incluía 300 metros de calle
de tierra y un descenso de unos 20 metros por otro camino que se
volvía imposible de escalar en los días lluviosos.
Por
ser un club ferroviario, fundó su sede en el barrio porteño de
Villa Lugano, junto a la estación de tren. Para esa época, el club
pasó a llamarse Club
Atlético General Belgrano de Lugano por
una disposición porteña que prohíbia llevar a los clubes en su
nombre el término “compañía”. A mediados de los 80, en una
búsqueda de identificación de los comerciantes locales y en busca
de apoyo económico, resolvieron cambiar definitivamente el nombre
del equipo por el de Club Atlético Lugano. Los habitantes de
Tapiales hicieron caso omiso a esta traición y continuaron
acompañando al equipo a pesar de que en sus casi 60 años de
historia, nunca había logrado ser campeones.
Llegó
la construcción del estadio, los muros circundantes, un buffet
y una platea orgullo del barrio, con capacidad para 300 personas en
sus butacas de chapa naranjas y blancas y un palco de prensa, con 4
cabinas de transmisión habilitadas. Las cosas empezaban a pintar
bien para el equipo por primera vez en su historia: Aquel invierno de
1987 fue el inicio de mi tercer temporada como hincha incondicional.
Esperar a que mi viejo viniera en la visita semanal, rogar que
ninguna de mis hermanas tuviera algún plan o necesidad y en caso de
estar libres, partir con el y mi hermano rumbo a la cancha que nos
deparara el destino, la cancha donde jugara Lugano, el naranja. Había
equipos de renombre en aquella primera división “D”, la última
del fútbol asociado a AFA en Argentina: Deportivo Riestra, Villa San
Carlos y Barracas Central militaban por allí debajo en ese entonces.
Puerto Italiano, siempre candidato, cambió varias veces su nombre y
Victoriano Arenas, de deplorable campaña, tenía su estadio
escondido en Valentin Alsina, perdido detrás de la fábrica, aún
productiva, de las heladeras Siam. Eran 20 equipos en la divisional,
38 partidos a lo largo de la segunda mitad del año 1987 y los 6
primeros meses del 1988. Los candidatos, como siempre los mismos:
Villa San Carlos, San Martín de Burzaco, Puerto Italiano y nuestro
archi rival de toda la vida (pese a que por cercanía de las sedes se
quiera instaurar como clásico a Yupanqui) el Club Ferrocarril
Midland. La rivalidad era simple y entendible. En la estación
apeadero, a metros del estadio de Lugano, se cruzaban ambos
ferrocarriles: El Belgrano y el Midland. De allí la rivalidad,
ferroviaria en sus inicios, deportiva y acérrima años después.
El
torneo empezó complicado, con una visita a Juventud Unida en San
Miguel que terminó en empate. El equipo mantenía una base de años
anteriores, pero tenía algunas incorporaciones que animaban: Rausín
aparecía como un zaguero central rudo e impasable, una adaptación
suburbana de Ruggeri. Yanacón ponía su talento al servicio del
equipo, Zahzú era un arquero confiable y el talento indescifrable
del pipi Correa en ataque (quien sería goleador del torneo y daría
un salto único en la historia de la divisional directamente a
Independiente) daban esperanza de transitar un año tranquilo en
mitad de tabla, sin tener que relojear el descenso.
El
primer partido como locales trajo la primer victoria de la temporada.
2 a 0 sobre Lamadrid, el equipo carcelario. Tres triunfos al hilo,
incluido el triunfo como visitante frente a Yupanqui, más 5 triunfos
y un empate lo llevaron a recibir al temido San Martín de Burzaco
desde la primera posición del torneo. En un memorable partido,
Lugano triunfa como local por 3 a 2 con una actuación destacada de
su espigado y morocho pelilargo arquero Zahzú, quien con su nombre
de aborigen de película, se convierte en héroe de la gloria
momentánea naranja. Los habitantes de Tapiales caminaban orgullosos
por la calle, se saludaban en el barrio, comentaban en La Riviera,
compra de mignones mediantes, las virtudes del equipo del barrio. El
estado José Moraños se veía colmado en cada partido de local, en
sus humildes 600 localidades. “La banda del apeadero” alentaba
sin parar. Los triunfos y el invicto se extendían hasta más allá
de la fecha 15, cuando en Tapiales derrotaron por 3 a 1 al cuco, al
enemigo, al que venía goleando en todas las canchas, al Ferrocarril
Midland. La felicidad era completa: “Gonzalez Chavez”,
“Fontanella”, “Bruna”, “Carrizo”, “Coronel” eran
palabras en código que despertaban la alegría y la pasión en el
barrio. Eran los apellidos de los héroes naranjas, los que ponían
por primera vez a Tapiales en las revistas y diarios deportivos. Y
terminó la primera rueda: “La naranja mecánica” como ya lo
apodaban, se llevó completamente invicto, sin derrotas, la primera
rueda del torneo de Primera D. El mismo se extendería por 28
partidos, siendo un orgullo nacional, al nivel de grandes campañas
históricas. Las figuras del equipo estaban en los extremos: Miguel
Zahzú se encargaba de custodiar el cero en el arco propio mientras
que el pipi Correa se erguía como goleador del torneo. Pero en la
fecha 29, a sólo diez del final, pasó lo inesperado. Como
local, el Club Atlético Lugano cae por goleada frente a J.J. Urquiza
por 3 a 0. Los siguientes dos partidos como local volvieron a mostrar
la amarga cara de la derrota, solamente consoladas por un heroíco
empate como visitante frente al competidor Midland. Afortunadamente
la recuperación llegó a tiempo y con un empate como visitante ante
Cañuelas, el club logró por primera vez en su historia coronarse
campeón. Un invicto de 29 partidos, de los más importantes de la
historia del fútbol y nombres que pasarían a la historia hermosa
del barrio: Rausín, el defensor impasable, el Pipi Correa, goleador
del campeonato, Miguel Zahzú, el arquero imbatible. Todo era ilusión
para la gente de Tapiales que por primera vez en su historia
afrontaría un torneo de Primera División “C”. Todo hasta que
nos enteramos de la noticia: Miguel Zahzú no continuaría en el
club. En esa época sin Internet ni variedad de medios, todos
especulaban con una venta al exterior: “Se va a un equipo de Chile”
comentaban en la carnicería “Palito 11”. “Lo compraron de
Brown” osaban decir quienes le veían futuro en el Nacional “B”.
Pero
no.
Miguel
Zahzú había firmado por el Ferrocarril Midland. Nuestros
archirrivales. ¿Cómo explicarle a un chico de 8 años que su héroe,
el encargado de evitar todo mal que pudiera pasarle al club de sus
amores, se había ido a jugar al funebrero?
Esa
temporada, Miguel Zahzú sería perpetrador de la mayor traición que
he presenciado en mis años de futbolero. No hay goles en clásicos,
no hay penales atajados, no hay declaraciones estridentes a la
prensa, no hay besos en escudos.
Esa
temporada el Club Atlético Ferrocarril Midland se consagró campeón
invicto del torneo de Primera “D” del fútbol de Argentina y
establecería un récord sudamericano aún vigente, 32 años después.
Sacarle ese orgullo a la sufrida gente de Tapiales, sacarme esa
historia compartida con mi viejo y mi hermano, no tiene precio.
Uno
puede pensar que el mayor invicto lo tiene el Corinthians de
Sócrates, el Santos de Pelé, el Boca de Bianchi. No. El mayor
invicto profesional de Sudamérica lo tiene nada más ni nada menos
que Midland, equipo por aquel entonces se situaba en Primera D, y
estuvo 50 partidos invicto entre los años 1988 y 1989, de la mano de
Carlos Ribeiro en el banco y Miguel Zahzú en el arco. Una verdadera
gloria. Una verdadera traición.
Club Atlético Lugano, campeón 1987/88
Club Atlético Ferrocarril Midland, campeón 1988/89
Tremendo Miguelito. Prefirió ser cabeza de ratón y quedarse en la D. Se sabe si con Midland jugó en la C? Terrible amuleto desde el arco.
ResponderEliminarMuy buena historia (aunque recuerdo agridulce para UD, señor escritor